El Arzobispo de
Tijuana corre peligro. Y no es que le vayan a quitar la vida, corre peligro de
que sus enemigos le difamen.
Ciertamente el calvario que ha vivido y seguirá viviendo en
estos meses con relación a su Presbiterio rebelde y materialista es cada vez más marcado. En parte Rafael Romo tiene la
culpa de lo que ha estado viviendo. Llego a Tijuana en 1996. Contaba con 55
años, y heredaba de Emilio Berlie una diócesis devastada, donde era tierra de
nadie, el poder clerical se hacía sentir en los cotos de poder que hasta hoy siguen
funcionando.
Esta es la herencia que recibió Romo, y que por confiarse y
por falta de ser más duro en su autoridad, hoy lo está resintiendo. Le quedan 4 años de Arzobispo activo, 4 años difíciles y de
martirio, que servirán para su santificación, porque en su rebaño quienes más
lo alaban, lo enaltecen o los que más están cerca de él son los que le están tratando
de difamarlo y ponerlo en mal incluso con la Nunciatura, pero él sabe que ni
las firmas, ni las cartas ni las habladurías podrán contra una iniciativa de
cambio que como Pastor anhela para su Iglesia particular, de la cual tendrá que
dar cuentas no solo al Papa, sino a Dios.
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